miércoles, 10 de junio de 2009

Sistema binominal: por qué creo que debemos eliminarlo y con qué debemos reemplazarlo

Hay muchas cosas de este país que me encantan. Tenemos modernas ciudades y pueblos encantadores, tenemos hermosos paisajes a todo lo largo de nuestra geografía, tenemos gente simpática y acogedora. Se vive un ambiente de tranquilidad y un aire de "en vías de desarrollo" que augura un mejor futuro para nosotros y nuestros hijos. Y esto sólo por mencionar algunas pocas cosas, ya que son muchas más. Y por suerte las cosas que no me gustan no son tantas, pero hay una que me resulta de especial relevancia: la política.

Lamentablemente, cuando empiezo a pensar en el tema de la política y los políticos -con notables excepciones, por supuesto- me parece que viajo a un país subdesarrollado y tengo una creciente sensación de decadencia, incompetencia y mediocridad. Pero lo peor de todos es que estamos en un círculo vicioso, porque son los mismos políticos mediocres los que resguardan un sistema que los perpetúa en el poder, dando pocos espacios a gente joven y a gente con ideas innovadoras. Convengamos también que este no es un “patrimonio” de ningún sector político, sino que recorre transversalmente toda nuestra flora y fauna política.

No voy a entrar en los problemas de la educación y el estatuto docente (¡fuerza Educación 2020!), ni en los paros de los funcionarios públicos (que me parecen un abuso de ellos para con el resto de los ciudadanos), ni en las peleas irrelevantes de si hace “bien” o “mal” que Marco Enríquez-Ominami se postule a la presidencia (la competencia siempre hace bien!), todos temas que son de país, temas de grandes acuerdos. Voy a entrar en un tema que es de los políticos, un sistema que es altamente antidemocrático y que cambiarlo está en sus manos y en las de nadie más: el sistema binominal.

Creo firmemente que el sistema binominal es una de las principales causas de la mediocridad de nuestra política porque distorsiona –y casi elimina– las reglas de la competencia. No hay que ser antropólogo para saber que la competencia trajo al ser humano hasta donde estamos hoy, ni hay que ser economista para saber que los mercados se han desarrollado hasta este punto gracias a la competencia. Entonces ¿por qué tenemos un sistema que anula la competencia en la política? ¿Por qué tenemos un sistema que juega el empate y nivela hacia abajo?

El sistema binominal es nocivo para el país por varios motivos, pero el principal es que no representa realmente la voluntad de los electores. En este punto, convengamos que el derecho de votar no constituye por sí solo una democracia, sino que el poder de ese voto lo hace. En el sistema binominal no todos los votos tienen el mismo poder, por lo tanto la democracia chilena es una democracia a medias, es una democracia para los que poseen esos votos con mayor poder, es decir, las dos grandes coaliciones que todos conocemos. Así, entonces, basta tener un tercio de los votos para asegurar la mitad de los cupos parlamentarios y, como hay dos cupos, el que saque otro tercio asegura la otra mitad de los cupos. ¿Y el otro tercio? Pues bien, el otro tercio, el tercio de las minorías no tiene representación. Punto.

Retomemos el tema de las dos grandes coaliciones. Sería muy ciego pensar que en Chile hay sólo dos corrientes de ideas, por el contrario ¡hay muchas! El problema es que con este sistema tienes que tener un tercio de los votos para salir electo (en realidad es un tercio más un voto), por lo tanto tienes que asociarte con otros hasta alcanzar ese tercio. Así es como el sistema fomenta que se formen dos grandes coaliciones y el que no está dispuesto a unirse a alguna de ellas, simplemente se queda sin representación parlamentaria. Por esta razón es que para las minorías es muy atractivo pensar en unirse a una de estas coaliciones, pero para ello hay que transar, hay que transar en ideales, en proyectos y en ideas.

Como consecuencia de lo anterior, vemos que dentro de estas coaliciones hay un alto grado de homogeneidad política, porque es malo diferenciarse y es bueno estar con la corriente central para que te nominen como candidato. Esta tendencia a la homogeneidad hace que muchas ideas y muchos proyectos desaparezcan, empobreciendo el debate, empobreciendo a la política y, en definitiva, empobreciendo al país.

Ahora, dado que, por un lado, tenemos un sistema en que hay que sacar un tercio de los votos para asegurar un cupo y que es muy difícil que una lista obtenga dos tercios y por ende los dos cupos parlamentarios, y, por otro lado, tenemos un sistema que fomenta dos grandes coaliciones homogéneas internamente, tenemos un panorama aun más perverso porque entonces la competencia ya no es la otra coalición, sino que el rival es tu compañero de lista. Entonces, los políticos –los candidatos– que deberían trabajar juntos para posicionar sus proyectos deben competir entre ellos, buscando diferenciarse con atributos que no son los más adecuados y distorsionando la imagen que los electores tienen de ellos, cuando deberían estar buscando diferenciarse de la otra coalición, con planes y proyectos que son de real importancia para el país.

Como último gran punto dentro de esta crítica está la relevancia que adquieren los partidos. En este sistema, donde cada coalición lleva una lista con dos candidatos son los partidos los que deben negociar y, pero aun, designar quiénes serán los candidatos en cada circunscripción. Recordemos que dentro de cada coalición hay varios partidos y cada uno quiere su porción de candidatos. Esto, para comenzar, es totalmente excluyente de la ciudadanía, que después se puede encontrar con candidatos que le han impuesto y que, probablemente, ni siquiera sean de la zona en cuestión.

Entonces, lo que ocurre es que los partidos designan a los dos candidatos, los que, dentro de una coalición, representan básicamente lo mismo. Por lo tanto, el elector común y corriente, que no conoce muy bien a ninguno de los candidatos ni sabe mucho acerca de su desempeño anterior como parlamentario (porque seguramente son los mismos que se están reeligiendo) termina votando por el candidato que pertenece al partido con el cual cree tener mayor afinidad. Esto es feo, porque da a entender que no importa mucho la persona, sino que importa el cupo que obtiene el partido y es esto mismo lo que legitima las órdenes de partido y que, en definitiva, reduce la libertad de los parlamentarios.

Finalmente, si tenemos parlamentarios con poca libertad y que están obligados a votar según lo que les ordena su partido, el mismo partido que les concedió el cupo para ganar la elección, entonces, ¿para qué tenemos parlamento? Con un sistema que funciona así, bien podríamos eliminar el parlamento (y todos los millones de dólares que cuesta realmente mantenerlo más todos los millones de dólares que se malgastan) y dejar la responsabilidad en un concejo reducido de presidentes de partidos.

Pues bien, yo creo que los chilenos somos más inteligentes que esto y, evidentemente, creo que nos merecemos algo mejor. Para ello se me ocurren algunas ideas, aunque no creo que sean del todo novedosas, pero yo nací bajo el régimen militar, por lo tanto no conocí el sistema de elecciones proporcional que había antes y recién a los 15 años viví mi primera elección (con el sistema binominal, por cierto).

Para comenzar, es esencial que el sistema de elecciones sea proporcional, es decir, todos los votos valen lo mismo y los candidatos que obtienen mayor porcentaje de votos son electos. Este sistema se puede matizar con listas por partidos, pero manteniendo el principio esencial de la proporcionalidad. Así se da una posibilidad real para que las minorías obtengan escaños proporcionales a su tamaño en la sociedad.

Para que esto funcionara (asumiendo que no aumentamos el tamaño del parlamento) sería necesario agrandar el tamaño de las circunscripciones y reducir su cantidad, es decir, tengamos menos circunscripciones pero con más electores cada una, e idealmente todas con un número similar de electores. Alguien puede argumentar que con estas circunscripciones tan grandes se pierde la identidad regional de los parlamentarios, pero ya dijimos que en su gran mayoría los candidatos no viven realmente en las zonas por donde participan.

En cada una de estas circunscripciones participaría una gran cantidad de candidatos, unos 20 ó 30 por dar un número, en vez de los 5 ó 6 que tenemos hoy. Esto da libertad a los candidatos, porque ya no dependen de que el partido les asigne un cupo, sino que basta su deseo de participar para inscribirse. Así, entonces, los electores podríamos votar por personas en vez de votar por partidos. A su vez, los parlamentarios electos tendrían su “deuda moral” con los electores en vez de tenerla con los partidos, desvirtuando la –para mi– nefasta institución de las órdenes de partido. En esta situación, el voto adquiere real poder para los ciudadanos, porque si un parlamentario lo hizo mal en un periodo, en la próxima elección el votante tendrá muchos otros candidatos para cambiar su voto, en vez de quedar a merced de las opciones que le ofrece la coalición de turno.

La conclusión final que saco de todo esto es que si los electores tenemos un poder REAL a través del voto y tenemos un universo significativo de candidatos, sin duda que votaremos por los mejores, no como ahora que tenemos que votar por los que nos imponen. Así, los candidatos y los políticos tendrán la obligación de competir, de crear y promover ideas, de diferenciarse para captar la atención –y los votos– de la ciudadanía. Automáticamente veremos cómo se eleva y enriquece el nivel del debate, enriqueciendo a la política y, en definitiva, enriqueciendo al país.

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